Me di cuenta de que últimamente no sonrío para las fotografías. Tienen que tomarme desprevenida para que yo exhiba una genuina sonrisa de oreja a oreja. Y no es porque no sea feliz, al contrario, la mayoría de las veces estoy en situaciones de mucha felicidad.
¿Por qué no sonrío? Por un afán de estética y perfección. Porque mis dientes no son perfectos, y porque, si sonrío, mi rostro se vuelve redondo, mis ojos pequeños y mi expresión se convierte en cómica. Y yo quiero tener ojos gigantescos, rostro afilado, quiero que al mirar esa fotografía, todos puedan decir “qué bonita”.
Me entristece. Lo vemos constantemente: poses bien practicadas, ángulos estratégicos, el amigo que nos dice “¿puedo cambiarme de lugar?, este no es mi lado bueno”. Soy culpable, todos somos culpables. La era digital nos ha vuelto más conscientes de nuestra imagen hacia el exterior, nos ha vuelto mucho más controladores sobre todo aquello que proyectamos. 50 selfies antes de tener la foto de perfil perfecta; “repite la foto, no salgo bien”. La fotografía ya no se trata de capturar el momento, sino de prefabricarlo de tal manera que, al mostrárselo a otros, parezca perfecto y nosotros, en él, inmaculados.
Quiero hacer, no un llamado ni una exigencia, más bien una invitación. La próxima vez que alguien vaya a tomarte una fotografía, no pienses en verte perfecto, tan sólo mira a la cámara con sinceridad, deja que la lente capture el verdadero momento; no tomes miles de fotos del mismo momento, ni 50 selfies; una sola selfie, una sola foto, pero que en ella contenga todo lo que sentiste, y te haga sonreír al mirarla.
Quiero sonreír cuando me toman una fotografía.
Deja una respuesta