He estado bastante desaparecida de mis redes sociales últimamente. Me disculpo con mis miles de seguidores que obviamente ya no soportaban no tener noticias de mí . . . (espero que sea evidente que estoy bromeando).
La razón de mi desaparición temporal fue que conseguí un demandante empleo en una escuela primaria, como maestra de inglés, y hoy que regreso, quiero hablarles un poco al respecto.
Al principio, dar clases a primaria fue un inmenso shock para mí, nunca antes había trabajado con niños; sabía que no me agradaban los niños, pero de verlos de lejos, no porque hubiera tenido una experiencia cercana. Y tenerla fue, al principio, peor de lo que creí. Me impresionó con cuánta convicción un grupo de niños puede molestarte intencionalmente, con cuánta enjundia te muestran su desinterés y desagrado; la poca consciencia que tienen sobre la obediencia, el ruido que pueden generar…
En realidad le di clase a varios grupos, pero el único que era «mi» grupo, al que le daba inglés a diario, era 3°B, niños entre 8 y 10 años, que no podían estar menos interesados en el inglés…o al menos así lo parecían al principio. Y sólo supe frustrarme: había entrado casi al final del año, y me tocaba darle un buen cierre a un grupo de niños que yo no conocía, y que no me conocían; no sabía yo acerca de sus dinámicas como grupo, acerca de las costumbres de la escuela y, aunque mis colegas intentaban ayudarme tanto como podían, también ellas tenían sus propias preocupaciones, no podían desgastarse explicandome absolutamente todo; mis jefes me presionaban mucho, mi horario era agotador y, con las planeaciones por las tardes, no me quedaba tiempo para mí. Sentía que no podía más, quería renunciar, pues no podía hacer ninguna de las cosas que me hacían feliz: escribir, leer, postear en mi blog…
Pero entonces, algo increíble sucedió, algo que yo no esperaba. Los niños dejaron de ser «los niños», un ente colectivo concentrado en nada más que agotar mi paciencia y probar mi temple, y se convirtieron en individuos: «Kate», «Diego», «Otto»…comencé a conocerlos uno a uno, y comenzaron a confiar en mí. De pronto, me escuchaban, de pronto, logré romper su apatía hacia mi materia; se divertían, y yo también. El resto del trabajo seguía siendo agotador, pero estar con ellos, ver cómo aprendían poco a poco, notarlos emocionados con las actividades, se volvió una enorme recompensa.
Y empecé a entender sus conductas; siempre, invariablemente, todo viene de casa. A algunos traté de ayudarles con mi cariño, a otros con pequeños consejos, a otros echándoles las porras que tal vez les hacían falta en casa. Estar con ellos me enseñó algo que siempre ha sido difícil para mí: extenernar mi afecto y mi ternura por otros. Un niño, responde ante tales emociones, si te acercas por obligación, recibirás una puerta cerrada, sin embargo, cuando te acercas por genuino interés y cariño, los niños responden.
Tal vez yo no sea la persona más paciente del universo, ni la más tierna, juguetona y cariñosa con los niños, sin embargo, hay algo de lo que siempre me he jactado de hacer bien: escuchar. Y los niños lo sintieron, sé que se sintieron escuchados y que fue entonces cuando ellos comenzaron a escucharme y a responder a mí. Logré que una niña que iba reprobando sacara un 7, y que un niño con muchísimo potencial, pero malas calificaciones por conducta, sacara 9. Jamás me había sentido más orgullosa de un logro en mi vida.
Uno de mis profesores del diplomado de enseñanza del inglés, nos dijo que buscáramos nuestro llamado, nuestra profesión. En esta vertiginosa experiencia de tres meses, llena de lágrimas, sudor, desvelos e inclusive sangre (es imposible salir sin un accidente cuando enseñas primaria), yo encontré mi segundo llamado, mi segunda vocación: ser maestra.
Lo que comenzó como una experiencia no muy agradable, terminó siendo un camino bastante iluminador, me permitió vislumbrar lo que quiero hacer en un futuro. Agradezco enormemente a esos niños, a mis colegas y a la maestra Anylú, mi maestra de literatura de la preparatoria, quien me dijo acerca de este empleo y que me apoyó muchísimo.
Así que ya saben, los caminos de la vida pueden parecer confusos y poco agradables, pero confíen, siempre nos llevan a donde necesitamos estar.
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