¡Un abrazo, ficcionólogos!
Estoy muy feliz porque hoy les traigo la segunda edición de «Reseñando ando»; el mes pasado reseñé «El Séptimo Protector» de Zozer Santana y hablé sobre la controversia de la editorial en que ese libro está publicado.
Ahora les traigo la reseña de un libro de un gran colega y amigo mío, Alan Flores. Este es un libro de fantasía infantil, lo recomiendo muchísimo como un regalo este 30 de abril.
Aquí abajo les dejo mi reseña.
Bien, como siempre digo: lo prometido es deuda.
Así que aquí les traigo mi peor pesadilla.
¿Recuerdan en la película de «El Origen», cuando dicen que la mejor forma de saber si estás soñando es intentar recordar cómo llegaste al lugar en el que estás? Los sueños siempre comienzan en medio de la acción, no hay transiciones.
Así comenzó mi peor pesadilla.
Yo tenía siete años; estaba en la escuela, y ese día estaba estrenando un par de tennis nuevos, aquellos que prendían luces cuando saltabas. Estaba en la clase de educación física, disfrutando de mis increíbles tennis…cuando de pronto todo comenzó a nublarse. Rápidamente, todos corrieron a refugiarse al interior de los salones; noté un ambiente de tensión y miedo, pero no comprendí por qué, hasta que escuché, a lo lejos
-¡Vienen las «no sombras»!
Y fue como si siempre lo hubiera sabido: tuve miedo porque igual que los demás, supe que, cuando las nubes tapan al sol y dejan de proyectarse sombras en el suelo, las «no sombras» vienen a comerse a los niños que se les caen los dientes.
Estaba a punto de correr al interior de la escuela, cuando miré mis pies y vi que no tenía mis tennis; estaban en unas casas de campaña que había en el patio. Corrí por ellos y, al encontrarme de nuevo en el exterior, no quedaba absolutamente nadie, todos estaban ya en los salones. Caminé sigilosamente, esperando no encontrarme con ninguna de esas extrañas criaturas.
Para mi alivio, no se cruzaron en mi camino y pude llegar sana y salva a mi salón.
Pero entonces lo recordé, la chica de la papelería había perdido un diente unos días atrás. Decidí asegurarme de que estaba bien, y, sin ninguna compañía, fui a buscarla. Entré en el establecimiento y no vi a nadie detrás del mostrador, pero al asomarme detrás de este, ahí estaba ella, desplomada en el piso, bañada en sangre.
Quise correr, de regreso a un lugar seguro, pero al mirar hacia la puerta, ahí estaba un «no sombra», mirándome con sus ojos blancos, vacíos. Su piel, verdosa y podrida, me llenó de asco y, cuando comenzó a caminar hacia mí, corrí de inmediato, muerta de miedo.
Llegué hasta otra puerta, la abrí y la atranqué por dentro. Era la oficina de la papelería y, para mi desgracia, no tenía salida, ni ventanas, así que sólo me trepé en una tubería que ascendía hasta el techo. El «no sombra» estaba intentando entrar y, con su fuerza bruta, finalmente rompió la puerta; no tardó en localizarme y de inmediato se estiró para alcanzarme. Yo grité, muerta de miedo…
Y entonces desperté.
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